martes, 17 de marzo de 2009

No es país para viejos, de Cormac McCarthy

Moss, un veterano de Vietnam, tropieza en el desierto con los cadáveres de una matanza entre narcos. Encuentra un maletín con dos millones de dólares y se lo lleva. A la caza de Moss va Chigurh, un asesino despiadado, y a la caza de Chigurh va Wells, antiguo compañero suyo y ex agente de las Fuerzas Especiales. Intentando solucionar este rastro de muertos, está el sheriff Bell, veterano de la Segunda Guerra Mundial, un hombre que empieza a envejecer y que ya no comprende los turbulentos tiempos que le está tocando vivir. No es país para viejos tiene algo de western crepuscular y de novela negra. Escrito en tercera persona y con un lenguaje crudo y directo intercala en sus páginas los monólogos interiores del sheriff.

2 comentarios:

Skellig Michael dijo...
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Skellig Michael dijo...

Es el libro que menos me ha gustado de los leídos hasta ahora. Sin embargo quisiera destacar algunas cosas puesto que casi siempre es respetable alguien que dedica su vida a la escritura, con más o menos agrado para el lector final.

La historia de violencia y narcotráfico en la frontera mexicano-estadounidense es el escenario sobre el que se mueven unos personajes muy distintos. Tanto el sheriff Bell como Moss son ex combatientes: el primero en la Segunda Guerra Mundial y el segundo en Vietnam. Además aparece Wells, un ex militar reconvertido a asesino a sueldo de grandes narcotraficantes. Observo una degradación moral en tres tipos de personas que vistieron el uniforme del ejército estadounidense durante distintas épocas.

Anton Chigurh es el psicópata asesino que no tiene piedad de sus víctimas: frío, calculador y sorprendentemente honrado consigo mismo. Después de asesinar a todos los que intentan hacerle sombra y recuperar el dinero se lo lleva casi íntegro al capo que le pertenecía para ofrecerle sus servicios cuando lo más previsible habría sido desaparecer con el botín de más de 2 millones de dólares.

El sheriff Bell se da cuenta de que es “viejo” para el mundo que se le viene encima. Ha resuelto todos los crímenes de su condado menos los de Chigurh y se le escapa esta manera de actuar tan violenta y sin dejar testigos con vida.

Bell tiene una espina clavada desde que tenía veintiún años cuando le condecoraron como héroe de guerra “por huir como un cobarde y abandonar a sus compañeros” durante un combate. La muerte para él no se puede esquivar aunque se intente rehacer la vida. Cree que debió morir porque era lo justo. Y esto le atormenta.

Antes de jubilarse (porque los tiempos y las formas del crimen cambian) quiere resolver el caso de los asesinatos masivos de Chigurh.

Me llama la atención que durante la primera parte de la novela se habla de manera cruda de armas, calibres, asesinatos crueles, codicia, desprecio al ser humano y a la vida que alguien la puede decidir en un cara o cruz.

La segunda parte sería la persecución (Wells y Chigurh a Moss y el sheriff Bell a Chigurh) hasta que Chigurh logra hacerse con la victoria asesinando a personas inocentes como la esposa de Moss que nada tenía que ver en el asunto que se traían.

La tercera parte son las reflexiones del sheriff Bell: su sentimiento de culpabilidad que perdura y que logra sobrellevar gracias a su mujer. Intenta por todos los medios que los dos jóvenes y únicos testigos con vida de Chigurh se arrepientan de su error al no haberlo delatado a cambio de unos cuantos dólares. Quiere que aprendan la lección y que puedan vivir sin tener que llevar el peso de una acción del pasado.

Siendo el estado de Texas el escenario de la acción comprendemos la violencia que se respira y que no se cuestiona por parte de sus habitantes. Sin estar en el lejano oeste aún perduran actitudes como la naturalidad en el uso de las armas que pueden provocar masacres por parte de psicópatas.

Quizás aquí nos resulte lejano este panorama pero no somos ajenos a los ajustes de cuentas del tráfico de drogas y a la violencia en general que impera en nuestros días.

Es fácil criticar a la sociedad norteamericana pero tal vez lo hacemos como una catarsis de lo que nos acecha en Europa. No somos tan avanzados ni tan desarrollados como creemos. Qué repulsivo resulta asistir en las últimas semanas al circo informativo de la “basura humana” que representan los asesinos de una adolescente de 17 años. Que puedan quedar impunes menores malvados conocedores de sus derechos o abogados sin escrúpulos que humillan a las víctimas. Que a un miserable demente puedan condenarle como máximo a quince años de cárcel por violar a su hija y tenerla encerrada durante veinticuatro junto a sus hijos-nietos. O que los grandes causantes de la crisis financiera y de las desigualdades económicas sigan riéndose de nosotros en sus impecables trajes, sus fiestas y sus coches de lujo. Y tantas otras cuestiones que asaltan la conciencia pero que se hacen cada vez más habituales...

No estamos en la frontera mexicana ni en la violenta lucha entre narcotraficantes del libro. Pero tampoco vamos por buen camino. Estas reflexiones, como las que tenía el sheriff Bell, me hacen creer que lamentablemente “este país tampoco es para viejos”.