viernes, 19 de junio de 2009

Esperando a los bárbaros, de J. M. Coetzee


En los confines del Imperio, donde comienza el desierto impenetrable, se encuentra un pueblo fortificado y dotado de guarnición militar. El protagonista y narrador es el Magistrado que dirige la administración civil. A través de sus ojos somos testigos de su plácida vida: viudo y ya cerca del retiro, dedica su tiempo a despachar los escasos asuntos de su trabajo y a desenterrar antiguas ruinas, sepultadas bajo la arena del desierto. Nunca ha tenido problemas con "los bárbaros", pero tiene que agachar la cabeza ante los miembros del ejército central que esperan un ataque basado en una supuesta conspiración de los pueblos bárbaros. Cuando decide denunciar la injusticia, la necedad y la ceguera, no puede contra la enajenación y miedo de la gente. Ahora es el insensato, el loco, el mendigo. Coetzee hace en esta novela una reflexión sobre la dignidad humana, sobre los terribles efectos de la crueldad sobre el cuerpo y sobre el espíritu de sus víctimas; pero también, de la rebeldía de quién menos se podría esperar, del remordimiento y de quién emprende una lucha perdida de antemano.

1 comentario:

Skellig Michael dijo...

El magistrado de una localidad fronteriza de un Imperio se convierte en la voz crítica del mismo. Traducido al régimen del apartheid sudafricano, es un alegato a la libertad y al respeto del ser humano.

Todo comienza con la presencia de un coronel que intenta expandir los límites del imperio a costa de los “bárbaros” o pueblos indígenas establecidos en aquellas tierras. Les intenta hacer confesar delitos que no han cometido utilizando técnicas que convierten a los colonizadores en los auténticos bárbaros.

La tortura y mutilación de una joven acogida por el magistrado supone cuestionarse el porqué de esta barbarie. La cuida celosamente y la respeta hasta el extremo de sentirse cautivado por ella. La joven en ningún momento explica cómo perdió casi toda la visión o cómo la golpearon hasta dejarla sin poder caminar.

Finalmente el magistrado decide llevarla junto a su pueblo atravesando durante varios días el desierto que los separa. Cuando se encuentran con un grupo de “bárbaros” que los ha estado vigilando en su travesía él confiesa que le gustaría que regresara de nuevo pero la chica opta por irse con los suyos.

El regreso es penoso y a su llegada a la ciudad es detenido por traición. Es encerrado en un calabozo, humillado por un hecho que no fue sino cuidar a la chica y llevarla de vuelta a su tribu para que allí fuera feliz.

Los hechos se precipitan con la llegada de militares que, como suele ser habitual, no se cuestionan nada más que el mando y la obediencia ciega a la autoridad. Intentarán en vano derrotar al "enemigo" y someterlos a través de campañas por el desierto en las que la inadaptación y desconocimiento del medio acaban volviéndose en su contra.

El miedo generado por la derrota y la vergüenza hace que se culpabilice a los "bárbaros" de planear su ofensiva al imperio. En el ambiente flotan las deserciones, el odio al hábitat hostil y el temor al ataque "bárbaro". Antes el magistrado habrá saboreado la amarga realidad de sentirse solo en una cruzada contra la injusticia.

En la obra se contraponen el “progreso”, representado por el imperio, frente al estilo de vida tribal de los "bárbaros". Con el poder de la fuerza y el temor a lo desconocido intentan inculcar a sus conciudadanos el recelo hacia un pueblo que ha visto invadida su pacífica existencia.

EL PROTAGONISTA

El magistrado es una persona que aspira a vivir en paz en un territorio árido y apartado del centro de poder pero que no escapa a su control. Los años le han ido haciendo ver la irracionalidad e injusticia del sometimiento de los indígenas.

No llega al punto de admirar su estado semi-salvaje pero sí los considera seres humanos dignos de ser tratados como tales. Permanecerá en su ciudad fronteriza, surgida de la violación del territorio y de sus habitantes, esperando a unos "bárbaros" que posiblemente nunca les ataquen.