El lector es la perturbadora historia de una seducción, contada de manera tan contenida como voluptuosa, pero también, es la historia de la culpa y la revisión del pueblo alemán después del nazismo. Michael Berg cuenta en primera persona un suceso de su adolescencia que, de alguna manera, le afectará y le marcará como adulto. Convaleciente de una enfermedad, se enamora y mantiene una relación con una mujer de 36 años, Hanna, que lo había ayudado cuando se encontró mal en la calle. La complicidad de ambos se afianza en la rutina de sus encuentros: lavarse, hacer el amor, leer Michael en voz alta y Hanna escucharlo entusiasmada. Después Hanna desaparece. Cuando la vuelve a ver han pasado siete años. Michael es un estudiante de Derecho que asiste a un juicio de criminales nazis y descubrimos con él a Hanna sentada en el banquillo de los acusados y el secreto que ha guardado y guardará celosamente toda su vida. A partir de este momento la novela da un gran giro y plantea las grandes incógnitas que han rodeado la vida de Michael.
lunes, 19 de enero de 2009
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2 comentarios:
Es un libro que se lee en un par de días ya que te involucra en la acción desde el principio. El estilo narrativo de Schlink y el uso de la primera persona te acerca más aún.
Por otro lado utiliza un lenguaje muy accesible y es sobrecogedor el dilema moral que se le plantea al protagonista que le atormentará durante su existencia.
Michael se enamora con 15 años de Hanna, de 36. Michael le lee en sus encuentros numerosos libros en voz alta, un hecho que marcará la relación. Desconcierta que repentinamente sea Hanna quien lo abandone y lo deje sumido en un mar de dudas.
Pero todo se aclarará años más tarde cuando Michael la encuentra en un juicio acusada de colaborar con las SS en el exterminio de judíos del campo de Auschwitz. Michael deduce que todo su devenir ha sido fruto de un analfabetismo oculto que le avergüenza reconocer. Lo que parecía una relación pasajera de juventud le hará convivir en el transcurso de los años con un vínculo indestructible: el recuerdo del amor vivido en el pasado y la compasión por alguien que ha arruinado su vida y la de él mismo.
Hanna logra sobreponerse a su orgullo gracias a la tenacidad de Michael de intentar alegrarle su existencia en la cárcel enviándole libros grabados en cintas, como solía hacer de viva voz. Para alegría de Michael, Hanna consigue aprender a escribir de manera autodidacta. Es más, con la lectura de los horrores del nazismo intentar redimir sus culpas con las víctimas.
La víspera de ser puesta en libertad y, ante el rechazo que percibió de Michael en su encuentro físico, se termina suicidando para no ser una carga en sus últimos años.
La generación de jóvenes alemanes nacidos tras el Holocausto, a la que pertenece Michael, quedará marcada por la culpabilidad de ser hijos de unos padres que consintieron los horrores del nazismo aunque se deduce que sigue siendo un tema tabú.
Sentimientos contrapuestos y personajes que intentan huir de sí mismos pero que terminan siempre por encontrarse. Merece la pena sin duda.
El narrador cuenta en primera persona, en un estilo austero, sencillo, que fluye suavemente sin que apenas se note, la historia de un amor adolescente que le marcará de por vida.
A través de su tortuosa relación con Hanna se ponen en juego las consecuencias morales que para toda una nación, Alemania, supuso el periodo nazi. Más allá de las motivaciones concretas que llevan a la protagonista a encuadrarse en la SS, la novela plantea la licitud de adjudicar una culpa colectiva a toda un pueblo que, por acción u omisión, formó parte de un sistema que planificó y ejecutó el exterminio de millones de personas.
Aún reconociendo la falta de información del ciudadano medio alemán, así como la eficacia de la intimidación del aparato represivo hitleriano, no puede ocultarse que la resistencia a sus designios fue meramente testimonial.
Sin embargo, ¿podemos arrogarnos sin empacho el papel de jueces implacables? ¿Qué habríamos hecho nosotros en el lugar de Hanna? ¿Podemos encasillarla sin más en la pura maldad? El relato no despeja estas dudas cuando nos hace partícipes de la ambigüedad moral de Michael, siempre dubitativo entre la compresión y la condena.
Interesantísimo libro que pone el dedo en la llaga respecto a un tema capital de nuestro tiempo: la indiferencia ante el dolor del prójimo, si algún filósofo pudo decir “nada humano me es ajeno” me temo que en nuestro civilizado primer mundo casi nadie pueda atreverse a decir lo mismo.
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